LOS ABANDONOS DEL SISTEMA EDUCATIVO
Darwin Reyes Solís
Tiempos aciagos nos ha tocado vivir, la presencia de un virus ha desvelado un abandono que hemos ejecutado por décadas: el abandono a la educación. Y es verdad que quien ha abandonado es el estado; pero no es el único, los abandonos son históricos y están arraigados en la cultura ecuatoriana, los han ejecutado la familia, los gobiernos locales, los barrios, las organizaciones sociales, los partidos políticos, las instituciones del estado, las instituciones educativas privadas y las personas mismas como individuos. Aunque culturalmente hemos generado el imaginario de que la educación es algo fundamental, no hemos pasado ese imaginario a acciones cotidianas y permanentes; y en las prácticas, hemos posicionado, aunque escondidito un abandono cruel que ahora la pandemia desvela: un sistema educativo ineficiente, descontextualizado, anclado en la magia y no en los conocimientos científicos, lleno de violencias sistemáticas, agresivo con las diferencias, sin presupuesto, convertido en negocio, lleno de complejos de clase, raza y moralismos.
El abandono nos ha llevado a convertir al acto educativo en acto de violencia, hemos resuelto la falta de dedicación a los procesos de aprendizaje permanente y de calidad en instalaciones sistemáticas de ejercicios de violencia, asumiendo que dichos actos de violencia van a generar aprendizajes que se guarden para siempre y generen florecimiento humano. Y hemos confundido rigor educativo, exigencia en los aprendizajes, esfuerzo para alcanzar logros, con agresión, humillación e insultos. Y este fenómeno no solamente se reproduce en el sistema educativo formal, sino que las familias hacen lo mismo con el ideal de guiar por buen camino a los críos, los políticos generan discursos en ese mismo sentido para “orientar” a aquellos que no comparten sus ideas y ni qué decir de los cientos de iglesias que “corrigen” a sus fieles con insultos y degradaciones permanentes. Hemos generado un sistema cultural cuyo acto educativo está atravesado por sistemas de humillación y violencia. Cosa parecida pasa en los actos de las relaciones interpersonales, en los deportes o en las relaciones sexuales. Podríamos en este punto referir a serias estadísticas locales y nacionales, pero por considerarlas tan evidentes, no nos quedaremos en esos índices por cuestiones de espacio en este pequeño texto. ¿Cómo podemos comprender que los procesos de aprendizaje requieren exigencia, esfuerzo y rigor sistemático sin que eso implique violencia? Cuando las comprensiones culturales del esfuerzo, del rigor del aprendizaje, del esfuerzo mismo están atados a comprensiones de violencia, agresión, insulto y humillación. Comprendemos el esfuerzo y el rigor como sacrificios violentos de aprendizaje que dejan huella desde el dolor que se padece para grabar un aprendizaje, se exige que el niño o joven se crucifique para que su acción sea buena y se redima un buen aprendizaje. Cuando pienso esas formas culturales, recurro a explicaciones coloniales, a la final somos sociedades herederas de sistemas de esclavitud y de hacienda cuya producción estaba basada en la explotación, pero dudo que esa sea explicación suficiente.
Nos queda aprovechar la crisis para sacar nuevas formas de aprendizajes: la potenciación del autoaprendizaje es un camino viable, enseñar a aprender y pensar por sí mismos; superar la violencia en los sistemas de enseñanza aprendizaje es fundamental, el rigor y exigencia en el proceso de enseñanza aprendizaje debe ser independiente de sistemas de violencia, ojalá alcancemos sistemas educativos cuya exigencia se base en apoyos emocionales y de seguridad personal. No quiero terminar este texto sin recordar que la gratuidad de la educación de calidad es el camino correcto y de eso es responsable el estado y todos nosotros. Por ahora nos queda cuidarnos y generar luchas que se ocupen de no abandonar la educación nunca más.